Hijo de hombre, yo te he puesto por atalaya a la casa de Israel; oirás, pues, tú la palabra de mi boca, y los amonestarás de mi parte. Ezequiel 3.17
Aunque Dios está hablando con Ezequiel, esta palabra también se cumple para el creyente a quien Dios ha llamado a servirle. La maldad del mundo ha llegado al punto de enfriar el amor de muchos, a insensibilizar a los creyentes que se conforman con llenar un espacio en alguna iglesia, a escuchar un sermón cómodamente, a congregarse cuando le queda tiempo si es que las presiones del trabajo se lo permiten.
Pero el llamado de Dios ha sido diferente, nos llamó a servirle, a anunciar las verdades de aquel que nos sacó de las tinieblas a su luz admirable, a proclamar el año agradable del Señor, a anunciar las buenas de salvación, a dar consuelo al menesteroso, aliento al cansado. La mies es mucha y el tiempo corto, no podemos dormir porque el enemigo está al acecho. Debemos estar apercibidos y apercibiendo a otros a través del evangelio y nuestro testimonio.
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