Desde el cabo de la tierra clamaré a
ti, cuando mi corazón desmayare. Llévame
a la roca que es más alta que yo. Salmos 61:2
Las victorias, los triunfos, son
embriagantes, cuando todo nos sale bien nos sentimos felices, contentos y más
importante muy motivados. Incluso hasta aceptamos algo de fracaso, pero que
pasaría si empezamos a ir de tumbo en tumbo, que ocurriría si todos los
problemas se nos juntan de una vez y sentimos que vienen uno tras otro. Cuando
nuestro matrimonio parece tambalear, cuando nos distanciamos de nuestros hijos,
cuando las deudas nos agobian, cuando nos sentimos rodeados por todos lados.
Confiar en nuestra fuerza, en nuestro
ego, es peligroso porque cuando no podemos controlar nada de esto, nos sentimos
impotentes, buscamos y buscamos una salida y no la hallamos. Empezamos a
desvelarnos y no comprendemos la situación. Entonces nos acordamos por allí,
que existe un Dios, pero lo invocamos ya casi que sin fuerzas, más como una
esperanza que como convicción, deseando que tal vez se acuerde de nosotros, mas
al acordarnos de cuanto le hemos fallado, pensamos que tal vez esa ayuda no
llegue, aun así la anhelamos.
Por eso desde hoy, no importa donde
me encuentre, en prosperidad o necesidad, o en el mismo extremo de la tierra,
clamaré al Señor, me comprometo a ser agradecido y no olvidarme de Él, y antes
que venga la dificultad le diré que, si mi corazón desmaya, me lleve a la roca que
puede derribar fortalezas, esa roca que puede vencer tempestades, esa roca que
es más alta que yo y todo mi orgullo, me lleve a Jesucristo, quien es mi roca
fuerte, mi refugio, mi libertador, la esperanza mía y mi pronto auxilio en la
dificultad.
Las personas compran seguros para la
casa el carro y proteger sus bienes, porque reconocen la incertidumbre del
mañana. Hoy necesitamos asegurar nuestra vida espiritual, hoy necesitamos a
Jesucristo en nuestro corazón.
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